Revelación

Hoy, regresando de recoger un encuadernado de lujo de un libro empolvado que se deshacía en la biblioteca del hogar, Historia y leyendas de las calles de México (vieja edición de mi abuelo en dos tomos), tuve una revelación.

Si bien llegué en automóvil a la Colonia Roma, donde el taller de un modesto señor encuaderna mis viejos libros, tuve que cederle el auto a mi hermano para que fuera a un concierto en Bellas Artes, teniendo que regresarme en transporte público.

Caminé como una hora por barrios nunca vistos de la gran metrópoli mejicana, desde la Roma hasta la Calzada de Tlalpan (bella calzada en tiempos de Nueva España; infierno actual). Tomé el autobús que cruzaba a lo largo de la descomunal ciudad. Era el único de mi clase sociocultural, y erradamente creí que podía cortar al medio leyendo algunos pasajes de mi recién encuadernada Historia y leyendas. Pero el chofer puso el nefando “Radio Zeta” a gran volumen, y tanto la música de los neandertales alternada con programas de conversaciones inanes entre nacos radiofónicos me cayeron como espantoso suplicio.

Tratando de protegerme del suplicio con la lectura de Historia y leyendas me topé con un relato sobre anécdotas de la Inquisición en tiempos de Nueva España. Estando en pleno sufrimiento por el medio torturante en que viajaba me dije a mí mismo, en desesperación, que más le habría valido a Nueva España permanecer fiel a la corona y mantener en el poder a su casta étnica, incluyendo al Tribunal de la Fe cometiendo las cosas que leía, que el degenerado DF actual y su marabunta de Untermenschen.

No: no soy católico. Y la Inquisición podría haber espantado incluso a los cristianos más píos antes de la guerra de Independencia. Pero en las próximas entradas veremos que esta revelación del día de hoy—que más valen aquellos tiempos que los nuestros—puede sustentarse en los hechos históricos más sólidos que podamos imaginar…